De la crisis ambiental a la civilizatoria: Debates entre ecología política y violencia simbólica en apuestas por la sostenibilidad de la vida
Anisley Morejon*, Rosabel Sotolongo ** e Olivia Norton ***
La vida para ser posible debe sacrificar la racionalidad del capital.
Juan José Bautista
Hacia la descolonización de la ciencia social en Latinoamérica
* Doctora en Filosofía. Profesora adjunta a la Facultad de Filosofía e Historia, Universidad de La Habana Jefa del Grupo de Estudios sobre Medio Ambiente y Sociedad (GEMAS). Instituto de Filosofía. Ministerio de Ciencia Tecnología y Medio Ambiente (CITMA). Investigadora de CLACSO.
** Doctorante de Estudios Latinoamericanos-FCPyS-UNAM
***Licenciada en Filosofía, Instituto de Filosofìa, Universidad de La Habana
Cambio climático, pérdida de la biodiversidad, deterioro de los suelos, contaminación, pobreza, e inequidades de los grupos poblacionales, se erigen como significativos problemas ambientales. Los cuales son abordados desde causas y soluciones dentro de una amplia amalgama de posicionamientos, que se mueven desde la perdurabilidad del status quo hasta críticas contrahegemónicos encaminadas a subvertir el orden establecido.
Dentro de la amplia amalgama de posicionamientos se revela nítidamente dos tendencias. Una encaminada a reflexionar y brindar soluciones a la situación ambiental actual dentro de los propios marcos del sistema del capital que la originó, a través del verde maquillaje de manidos conceptos. Y, la otra, hunde las miradas tanto en los cimientos de la sociedad occidental, su cultura moderna y civilización establecida; como, en la denuncia de la naturalización de la temática ambiental dentro de abordajes y falaces soluciones promovidas desde el capitalismo en su afán de teñirse de verde.
Ambas tendencias, de vital comprensión en su totalidad y complejidad, concomitan en debates globales, regionales y locales. Ya sea desde negociaciones dentro de organismos internacionales que derivan en el diseño e implementación de políticas y programas nacionales, como en reflexiones académicas, y prácticas locales desde donde se pondera una u otra tendencia.
Tomar posicionamiento frente a dichos debates, se torna imprescindible, para enriquecer las reflexiones y nutrir la praxis social hacia una real transformación de las condiciones ambientales existentes.
Desde esta premisa el siguiente trabajo aborda la comprensión de la crisis ambiental como civilizatoria en la era del capital. La cual sirve como punto de partida para reflexionar desde la ecología política y la violencia simbólica. Ya sea, desde el desmontaje de discursos y prácticas depredadoras de seres humanos y naturaleza, como desde el significado de develar alternativas que subvierten el sistema en sus apuestas por la sostenibilidad de la vida.
… en 1492 no llegaron solo el mesiánico genovés y sus no menos osados marinos españoles, sino sobre todo un vasto proyecto que esta vez sí germinaba en zonas de la sociedad europea. Harto sabemos que se trataba del capitalismo, el cual requería para su florecimiento, entre otros hechos, del inmisericorde pillaje del resto del planeta.
Roberto Fernández Retamar
Todo Caliban
Al adentrarse en el debate ambiental se pueden identificar tres momentos por los que transita la comprensión de la crisis ambiental: la primera entre las décadas del sesenta al ochenta donde se restringe a problemas ecológicos, considerados solubles desde el plano científico-tecnológico y financiero1. Para noventa se incluye dentro de los problemas ambientales: la pobreza, desigualdad y exclusión, lo que potenció su tratamiento desde el ámbito político y económico, a partir del reconocimiento de los impactos, de los modelos de desarrollo y económico, tanto en la naturaleza como en la sociedad. Yen los primeros años del siglo XXI se enuncia como crisis civilizatoria, una crisis social hacia lo interno del ser humano y de la sociedad que pone en el centro del debate el modelo hegemónico depredador de modos de vida, culturas e integridad ecosistémica de la naturaleza.
La aseveración civilizatoria de la crisis desplazó la mirada de lo ecológico a lo social, al enunciarla como la crisis de un
“[…] modelo económico, tecnológico y cultural que ha depredado a la naturaleza y negado a las culturas alternas. El modelo civilizatorio dominante degrada el ambiente, subvalora la diversidad cultural y desconoce al Otro (al indígena, al pobre, a la mujer, al negro, al Sur) mientras privilegia un modo de producción y un estilo de vida insustentables que se han vuelto hegemónicos en el proceso de globalización (Manifiesto por la Vida, 2002, p. 1).”
La mirada integral desde la connotación cultural y civilizatoria llevó a enunciar
la crisis más allá de un cúmulo de problemas ambientales, entiéndase: pérdida de la biodiversidad, contaminación, erosión de los suelos, cambio climático, pobreza, exclusión, entre otros, como problemas aislados y con mayor énfasis en el tratamiento de los primeros por las ciencias técnicas y naturales, para ahondar en el marco cultural y civilizatorio impuesto por la modernidad occidental y el sistema del capital, desde un abordaje sistémico y dialéctico que refleja la relación de contradicción, y al mismo tiempo de presuposición de las relaciones de diversa índole que se concatenan dentro de la complejidad del tejido social.
La crisis civilizatoria como crisis sistémica se manifiesta en (MOREJÓN, 2019):
Control sobre la diversidad de prácticas sociales en sus múltiples dimensiones
Dimensión que alcanza significado en la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Medio Humano, celebrada en Estocolmo, en 1972. En términos generales, se pensó que el problema de la contaminación era soluble mediante la creación de sistemas de descontaminación diseñados desde la ciencia, la creación de fondos para facilitar las inversiones necesarias y la toma de medidas jurídicas que pusieran freno a las acciones de los contaminadores, entre ellas las sanciones económicas (Sotolongo y Delgado, 2006).
—tecnocientífico, agrícola, cultural, industrial— hacia formas homogéneas de producción de plusvalor.
Capitalización de la naturaleza que se expresa en la integración de todo elemento externo a la composición orgánica del capital. Dentro de este proceso la naturaleza es comprendida como materia prima extendiéndose el dominio del sistema a: los cascos polares, el suelo del fondo de los océanos, el espacio exterior y los nanoespacios de los genes de las plantas, los animales y los seres humanos (ALTVATER, 2009).
Expropiación y apropiación de conocimientos ancestrales, bienes patrimoniales comunes mediante la privatización y el patentamiento legal de la vida.
Incremento y reforzamiento de conflictos socio-ambientales generados por la triada Capital-Estado-Territorio a partir del influjo de las trasnacionales, y la implementación de políticas ambientales que se instauran como mecanismos legales para justificar la apropiación/expropiación y distribución de bienes comunes tangibles e intangibles.
Rol violento de establecimiento del poder del sistema del capital a escala global, mediante la ubicación de bases militares en zonas de alto extractivismo, criminalización y asesinato de líderes ambientales.
Sobreexplotación de los bienes comunes naturales del planeta en un 50 por ciento, develado por los indicadores tipo índice de huella ecológica, que mide el impacto —lo que extrae y devuelve en forma de desechos— per cápita del ser humano sobre el planeta.2
Incremento de la exclusión, desigualdad y pobreza, generados por la dinámica intrínseca de la lógica del capital —estrategias del mercado, cálculo de utilidad, políticas a favor de las trasnacionales— que incrementan las elevadas cifras de marginados del sistema social.
Problemas ecológicos que se intensifican por los efectos del cambio climático de génesis antrópica.
Enverdecimiento del sistema del capital mediante un marco legal que se establece en pos del desarrollo sostenible y la economía ambiental y verde para justificar la apropiación/expropiación y recolonización de bienes comunes tangibles e intangibles bajo el lema del enfrentamiento al cambio ambiental global
Violencia cultural, epistémica, racial, étnica hacia cuerpos y territorios que no entran dentro de las lógicas del sistema del capital.
Según estudios develados en el informe Planeta Vivo de la WWF si todas las personas del mundo vivieran como un ciudadano medio de los Estados Unidos, se necesitaría una biocapacidad equivalente a más de 4,5 planetas Tierra para poder mantener el consumo de la humanidad. (PICH, 2012)
La crisis civilizatoria centró la mirada en las implicaciones del sistema del capital depredador de modos de vida y culturas alternas a la lógica mercantilista y produc-tivista, no solo desde la denuncia a la dominación ejercida por el sistema sobre la vida mediante el predominio de la racionalidad económica y el principio de calcu-labilidad, sino también desde sus bases políticas, legales, morales e ideológicas que posibilitan el continuo sojuzgamiento de seres humanos e integridad ecosistémica. Desde esta mirada integral cuestionó (MOREJÓN, 2019):
La continuidad de políticas de desarrollo asentado en el perenne desarrollo económico con su derrame hacia lo social y ecológico. Ejemplo de ello son los indicadores titulares o claves de desarrollo sostenible donde la economía debe seguir creciendo (PIB); así como la inversión para alcanzar la prosperidad y, por ende, la sostenibilidad ambiental. (QUIROGA, 2001)
El refuerzo de políticas de privatización de los bienes comunes naturales llevada a cabo entre transnacionales y Estado, ya sea mediante el establecimiento de contractos que permiten su administración y explotación, así como el otorgamiento de patentes que implican la privatización de la vida y el conocimiento.
Políticas ambientales que camuflan la expropiación/apropiación y mercan-tilización de bienes comunes mediante mecanismos legales y financieros. Tales como los mecanismos de desarrollo limpio.
La primacía de los valores eficiencia y competitividad que ponderan la maximización de dinero frente a la responsabilidad, solidaridad, prudencia y sensibilidad por la vida.
El reconocimiento de la naturaleza como fuente inagotable de riquezas, de fácil acceso y disponibilidad. Así como su disección en recursos naturales
—agua, tierra, madera, energéticos: gas natural, petróleo, carbón, etcétera— en detrimento del funcionamiento ecosistémico.
Afianzamiento del ideal de progreso material, lineal e infinito y su transfig-uración en el concepto de desarrollo.
Perdurabilidad del antropocentrismo mediante la consolidación de la naturaleza como objeto de intervención para el beneficio humano y no como sujeto de derecho.
La consolidación de la racionalidad instrumental donde seres humanos e integridad ecosistémica son tratados como medios para la obtención de fines, o, de un fin máximo: la maximización de ganancias, que no es más que la maximización de dinero.
La primacía del saber científico sobre los conocimientos populares y las cos-
movisiones de los pueblos indígenas.
La autorregulación de la sociedad por el mercado capitalista, donde seres humanos y naturaleza son comprendidos y tratados como mercancías para la valorización del capital.
La falacia de que el desarrollo capitalista tiene rostro humano, sostenible y verde.
La vigorización de sociedades de consumo mediante la naturalización de la ideología consumista y las grandes implicaciones para el deterioro ecológico.
Negociaciones internacionales que legalizan la apropiación-expropiación de bienes comunes tangibles e intangibles mediante un marco legal que se establece a partir de acuerdos multilaterales para justificar los procesos de despojo en los territorios bajo el lema del enfrentamiento al cambio ambiental global.
La convicción de la modernidad y el sistema del capital como estadio superior a otros modos de vida y culturas considerados como «atrasados» o inferiores.
Desde este giro epistémico el pensamiento ahonda en el sistema del capital y sus fundamentos económicos, políticos, legales, morales e ideológicos, que se engloban dentro de la cultura. Y cuenta entre sus expresiones más fuertes la naturalización de un sistema-mundo culturalmente depredador asentado en una lógica de dominación, mediante la opresión y sojuzgamiento de seres humanos e integridad ecosistémica de la naturaleza a la esencia del sistema, es decir, su carrera desenfrenada hacia “la maximización de dinero (ACANDA, 2002, p. 73).”
Los aportes de la ecología política y los análisis desde la violencia simbólica se tornan fundamentales para aproximarse a estos debates y trascender la crisis civilizatoria en la era del capital, desde el trazado de apuestas por la sostenibilidad de la vida.
A la hora de pensar las relaciones de poder y dominación de los bienes naturales y comunes en América Latina, no es posible, su comprensión como categorías abstractas o ahistórica. Las lógicas de poder forman parte de un modo histórico de producir y reproducir la Vida, guiadas por dinámicas e intereses sociales. Entender el porqué de la depredación del ambiente y la dificultad de recrear consensos efectivos en torno a acuerdos internacionales ante los graves peligros para la existencia de la Vida, no puede entenderse ajeno a las lógicas de metabolismo social del capital.
Resultaría erróneo buscar las causas de la problemática ambiental actual en la
condición genérica humana, como vicio de maldad o culpar a la diversidad de existencia la imposibilidad de consensos en torno a transformación socioambiental. El ser o condiciones de existencia respecto a las cuales “el individuo se comporta con respecto a su cuerpo inorgánico, son ellas mismas de doble sentido: de naturaleza subjetiva y de naturaleza objetiva, es a la vez materia prima, instrumento y fruto, como presuposiciones que pertenecen a su individualidad, modos de existencia de la propiedad (MARX, 1970, p.375).”
Entender el problema ambiental implica enmarcar como gran culpable histórico de la destrucción de la naturaleza, al capital, como sujeto y marco de determinado tipo de relaciones sociales, sin el intento de reconstruir metarrelatos históricos. Ya Marx aclara el error en Hegel de no haber reconocido en el “miserable estado de cosas al espíritu de su espíritu, a la miseria inherente a las condiciones de producción de la vida (MARX, 2014, p.63)” bajo la lógica del capital.
Le resulta inherente desde su aparición misma, a las formas de “la propiedad burguesa, separar las condiciones objetivas de existencia de la actividad del sujeto. En formas de producción comunidad tribal la tierra es el gran laboratorio, el arsenal que proporciona tanto el medio y materia del trabajo como el asiento, base de la comuna y la apropiación real a través del proceso de trabajo aparece como naturales o divi-nas(MARX, 1970, p.362).”
La historia de relación del ser humano con la naturaleza no ha sido invariable. En las formas pre burguesas, el individuo se comporta respecto a la naturaleza como respecto a “una existencia inorgánica de sí mismo, condición de su producción y de su reproducción, como prolongación de su cuerpo (MARX, 1970, p.370)”. No aparece como producto del trabajo sino como naturaleza inorgánica de su subjetividad que se realiza en ella. Es en el marco de las relaciones capitalistas de producción donde se cosifica la naturaleza, desacraliza, se convierte en materia prima y mercancía.
El carácter destructivo del capital está relacionado con su impulso desmesurado de pasar por encima de sus propias barreras, “cada límite es y debe ser una barrera (MARX, 2007, p.240)”. “El límite cuantitativo de la plusvalía se le presenta tan sólo como barrera natural, a la que constantemente procura derribar, a la que permanentemente procura rebasar (MARX, 2007, p.276)”. Su tendencia es superar el fundamento natural de la división social del trabajo, la diferenciación de los productos naturales de las regiones. Apropiarse de los recursos naturales en climas privilegiados o en entornos geográficos pródigos para extender los elementos de su acumulación más allá de los límites fijados por el valor de los medios y en pos de diversificar la producción.
Las lógicas intensivas de reproducir la Vida ajena a los ciclos de los entornos son
inherentes a las formas de metabolismo social del capital. La dominación abarca tantos mecanismos económicos, políticos, jurídicos, y culturales. La complejidad de la dominación de los bienes comunes en América Latina tiene lugar a partir de la articulación de formas de subsunción formal y real3. El poder del capital sobre los bienes naturales se entreteje en la diversidad de lo social, como una maquinaria de dominación que combina tantos mecanismos económicos de autoridad, la violencia ejercida desde lo político, como formas de control social.
Las formas de poder actual del capital necrófilo sobre los bienes naturales en América Latina visibilizadas desde las luchas y resistencias de movimientos socio-ambientales y áreas de pensamiento emergente como la Ecología Política, demuestran la vigencia del carácter depredador de la lógica moderna. La visibilización de los conflictos socio-ambientales en la región expone la vigencia de las formas des-posesión4 directa o indirecta del capital sobre los bienes comunes de comunidades autóctonas como dinámica de poder.
Re- pensar las formas directas de desposesión o mecanismos de subsunción formal, remite a las dinámicas más antiguas de cercamiento, propias de las formas de acumulación originaria del capital. Sin embargo, a pesar de entenderse su origen en las lógicas de la cruz y la espada, las formas de colonialismo mantienen su presencia. El etnocidio, las prácticas de asesinato de líderes sociales, criminalización de la protesta constituyen mecanismos de apropiación en América Latina que denota la irracionalidad moderna en función del dinero. A su vez las dinámicas de contaminación o cercamiento de bienes comunes fundamentales, relacionados con actividades de subsistencia, valores socioculturales, propios de la Vida de las comunidades constituyen formas de desposesión indirecta, e implica igualmente formas directas de violencia.
Marx habla de subsunción formal del trabajo bajo el capital cuando un proceso de trabajo, tal y como existe, se subordina al capital. La única diferencia con la situación precapitalista, consiste en que el trabajador o la trabajadora en lugar de trabajar para sí mismo lo hace para el capitalista. Las condiciones de coerción capitalistas «se expresan únicamente en el hecho de que el trabajador trabaja más tiempo del que es necesario para su conservación y el capitalista se apropia del plusproducto que surge de ello». Marx habla de la subsunción real cuando el proceso de trabajo se modifica para aumentar la fuerza productiva. El proceso de trabajo se distingue ahora no solo formal sino realmente, es decir, en toda su organización y estructura, del proceso de trabajo precapitalista: el modo de producción capitalista crea la forma material de la producción que le corresponde (LÓPEZ, 2019).
Según Harvey, la versión contemporánea de la doctrina de la desposesión en las sociedades capitalistas avanzadas es la expropiación por el gobierno, arrebatando a su dueño legal las tierras a las que considera que se puede dar mejor uso. La propiedad privada, tanto de tierra como de dinero, solo es por lo tanto contingentemente perpetua. Véase. Harvey David, Diecisiete Contradicciones del capital, Traficantes de sueño, Ecuador, 2014, pág. 55
En la actualidad tiene espacio histórico en los pueblos en América Latina la alienación, la manipulación mediática, la reproducción del fetichismo, el aplastamiento de las rebeldías radicales, la represión de la cultura. La política de etnocidios, desaparición de líderes socio-ambientales, la criminalización de las protestas, la militarización de territorios, uso de fumigación con agroquímicos sobre comunidades incendios intencionados de la Amazonia para forzar su desplazamiento, en pos de la ejecución forzosa de proyectos extractivistas, la apropiación de los conocimientos ancestrales y recursos biológicos a través de patentes, reproducen la misma historia de subsunción formal, que concuerdan aún con la lógica colonial de la cruz y la espada.
La manipulación, la reproducción de patrones irracionales de Vida desde las representaciones del ser, naturalización del mercado, reconstrucción de jerarquías, en el entendido de los bienes naturales como recursos o materia prima, la naturaleza como tierra, la inversión de los significantes, la perpetuación irracional de hábitos de producción y consumo, la enajenación del trabajo, el estímulo de fundamentalismos religiosos, garantizan la reproducción de la gubernamentalidad del capital sobre el ambiente.
En la simbiosis entre las formas de subsunción formal y real, la dominación de la naturaleza se convierte en un problema político y se posiciona como necesidad de emergencia y fortalecimiento de las alternativas emancipatorias socio-ambientales.
Entender la complejidad del poder del capital sobre los bienes comunes en la región, implica superar nociones colonizadas del saber y del poder, que justifican los moldes de Vida modernos, la comprensión de que no son los afectados atascados en la inmundicia de la sustancia con imposibilidad de progresar hacia la autoconciencia absoluta lo que hoy conduce las prácticas de depredadoras de los bienes comunes en América Latina, sino las dinámicas continuas de la vida que se producen y reproducen en el marco del capital, es un mecanismo liberador que supera los marcos del irracionalismo burgués.
El dialogo de saberes, el pensamiento crítico y Ecología Política latinoamericana centran la cuestión del poder como un elemento esencial de preocupación al resig-nificar la Vida. El conocimiento contiene en sí mismo una traducción en la práctica sociopolítica a la vez que parte y es mediado por ella. Las perspectivas epistémicas de esta área del pensar dan una nueva comprensión de lo político y el poder.
Desde América Latina se entretejen propuestas que apuestan por la reivindicación de formas de violencias olvidadas por la modernidad y la dominación de la naturaleza. Se denuncian perspectivas epistémicas y gnoseológicas totalizadoras. Se visibiliza el epistemicidio, el establecimiento de jerarquías epistémicas, y las limitaciones de las modas occidentales de todo intento de evitar pensar la realidad latinoamericana desde la experiencia genuina de sus pueblos.
Las posturas transmodernas cuestionan la colonialidad del poder, del ser y del saber impuesto desde la lógica moderna. Promueve la re-identificación histórica, atribución de nuevas identidades geoculturales, y de homogeneización de los imaginarios y las espiritualidades desde las explicaciones del mundo Uno. El paradigma transmoderno comparte una “sociología de la presencia en contraposición a la sociología de las ausencias», en concordancia con criterios de Enrique Dussell (2000, p.51)” Visibiliza la lógica de la clasificación social, de jerarquías naturalizadas en ejes de la vida social olvidadas.
La mirada decolonial entiende la condición de inferioridad en que se posiciona la naturaleza frente a dispositivos imperiales que la subordinan y la dominan. La perspectiva de la periferia en correlación a una comprensión del ambiente denuncia el papel eurocentrista y antropocentrista de las narrativas de la modernidad sobre la naturaleza, la jerarquización de la vida, la visión impregnada de la naturaleza como tierra por la colonialidad de los imaginarios y subjetividades. En consonancia concibe la existencia de diferentes regímenes de la naturaleza, distintas cosmovisiones sobre el ser y la tierra, más allá de la historia de destrucción que le ha sido propia.
Las nuevas formas de acercarse a la realidad social, de entender el proceso on-tológico, contiene en sí una propuesta emancipatoria, una cosmovisión sobre lo político. Esta comprensión epistémica de la realidad se traduce en una comprensión de la relación poder- ambiente. Desde la perspectiva epistémica- política latinoamericana se reconoce los elementos potencialmente liberadores contenidos en la periferia de la modernidad como alternativas de resistencia a la multiplicidad de opresiones y su potencial para la activación de modelos de vida sostenibles.
La cuestión de la relación poder- ambiente, del papel del capital sobre los bienes comunes se resuelve desde la re- localización de la vida social como contra-propuesta a la globalización. El rescate de las propuestas campesinas y étnico-territoriales sobre la economía, “un proceso descentralizado de producción, abierto a diversos estilos de desarrollo, acordes con las condiciones ecológicas y culturales de cada región (LEFF, 2002, p.65)” se posiciona como alternativa de construcción de modelos sostenibles.
Aún es ineludible continuar re-pensando en la perspectiva política de la ecología, a partir de su objetivización- desobjetivización continua, y así lo dictamina la violencia contra los líderes y movimientos socio-ambientales en contextos heterogéneos. El entendido de América Latina como “modos de producción heterogéneos e híbridos (ESCOBAR, 2003, p. 2)”, sitúa nuevas necesidades a la hora de pensar lo político.
El problema ontológico- político, referido al del ser de la naturaleza –su esencia y significado cultural-, se resuelve solo si se transforma en formas de acción política coherentes, que superen la enajenación política y contemple una respuesta ante todas
las variables del panorama histórico, incluso por propuestas ecologistas.
El rescate de la totalidad como método, no inherente a una interpretación hegeli-ana que disuelve las contradicciones, sino referido a la simbiosis exacta entre el todo y las partes para el análisis exhaustivo de la realidad es una apuesta posible y coherente ante la complejidad de la dominación, en tanto permite repensar la práctica no solo como medio de resistencia sino para alcanzar la emancipación del conjunto de condiciones sociales.
La dominación y, por tanto, la emancipación es ante todo un acto político. La única forma de convertir el interés de la mayoría en interés general es la preocupación por el empoderamiento y participación real en la construcción de poder. La sostenibilidad necesita la construcción de poder en el micro-macro espacio de lo social. La política no se presenta como mero subproducto de la base económica. La supremacía de cierta clase sobre otra, se produce y se reproduce a través de la autoridad que se gestiona desde las condiciones de trabajo y desde el poder político. La apuesta a la construcción de modelos de vida sostenible no se puede aislar de una mirada compleja de lo social y de la política.
Pensar la totalidad o complejidad de la construcción de sostenibilidad se convierte en necesidad ineludible. Autores latinoamericanos como Víctor Manuel Toledo abordan como marco apropiado, riguroso y coherente para reconfigurar el paradigma de la sustentabilidad el concepto de metabolismo social, “[…] método adecuado para abordar de forma integrada las articulaciones que se establecen entre las relaciones ecológicas con la naturaleza y las relaciones sociales entre los individuos o grupos de la sociedad no solo contemporáneas sino históricas (TOLEDO, 2018, p.37).”
El empoderamiento territorial efectivo, la autogestión, la construcción de sostenibilidad desde la complementariedad de las redes y alternativas locales que se enfrentan al modelo irracional de la lógica moderna, es una apuesta política necesaria. El individuo participa conscientemente en el proceso de construcción de sostenibilidad, a la vez que transforma la realidad se transforma a sí mismo. Siempre en correlación a una singularidad que se entiende contextualizada en el marco de las relaciones sociales puntuales y con condiciones particulares de cada nación.
La crisis civilizatoria que envuelve al orbe, se vale y sostiene de utillajes cambiantes y absorbentes de maneras otras de hacer y ser no permisibles en los códigos trazados de una cultura impuesta por el capital. Una cultura que, jerarquiza, de forma pira-
midal, saberes que fungen de guía y antorcha tal cual estatua “libertaria” newyorkina de 1886; anulando otros, ancestrales, chamánicos, rehusados a la occidentalización epistémica degollante de paladares y colores excluyente de las sabidurías de las plantas, del fuego, la luna. Es válido desempañar la visión, quitar la tela intermediaria que habita en derredor nuestro tiñendo eufemísticamente todo en tonalidades de verde; y que para lograr ese matiz ejerce la violencia simbólica enraizada en la raíz misma de ese capital transnacional globalizado que valiéndose de esta, dicta los modismos, como diría Eduardo Galeano, de una cultura del envase, que intercambia el amor por el número de probetas y monedas acumuladas en la alcancía del tío Sam.
“Las clases dominantes han intentado siempre conformar, de acuerdo a sus intereses, el conjunto de estructuras, instituciones y formas de actividad a través de los cuales cada individuo se socializa con el fin de establecer y consolidar un sistema de necesidades, preferencias, representaciones, valores y potencialidades que lejos de poner en peligro la continuidad del sistema lo prolongue (ACANDA, 2011, p.12-13).”
En tal sentido Marx entendía que, en el plano de las ideas, la disolución de cierta forma de conciencia era suficiente para matar una época entera. El pañuelo que tal pareciera, a trasluz, escurrir el sol, solo emite la intensidad de la luz que entiende funciona como luminaria necesaria para que el show, en la sociedad del espectáculo5 se disponga de acuerdo a la representación de mundo que ya se ha erigido según moldes hegemónicamente preestablecidos.
El ser humano colinda en un orbe, más que abarrotado, encarnado por cosas; peor aún, mediatizado por cosas que actúan como condicionantes, cosificantes de la praxis de los entes sociales a los que va dirigido. Desde la irrupción de la producción en masas, el consumo ha devenido cotidianidad naturalizada de las sociedades neoliberales hasta el punto de que, referirse a tal categoría significa quedarse varado en medio de una representación inconclusa de la realidad, cuando lo que ocurre es que este apetito insatisfecho nos vuelca hacia un consumismo salvaje que trasciende el estado mismo de lo concebido como “necesidades básicas”, al conectarse con un abanico de deseos humanos, motivaciones psicológicas irresueltas apoyadas en una constante escasez ilusoria, determinante de arquetipos imperecederos, desbordantes de la propia existencia de los individuos que se encuentran atrapados en una dialéctica del hambre.
La eficacia del sistema neoliberal, dispuesto a la depredación ingenuamente “li-bre” no tuviese el éxito acostumbrado sino se encontrase la peculiar violencia simbólica enraizada en lo propio de su ser social. “La violencia simbólica es esa coerción que se instituye por medio de una adhesión que el dominado no puede evitar otorgar
Haciendo uso de la categoría crítica asumida por Guy Debord en su obra La sociedad del espectáculo
(1967).
al dominante (y, por tanto a la dominación,) cuando solo dispone para pensarlo y […] pensarse, o mejor aún, para pensar su relación con él, de instrumentos de conocimiento que comparte con él […] (BOURDIEU, 1999, p.225).”
Pensar la violencia simbólica en este sentido implica reflexionar sobre las condiciones de posibilidad que la hacen imprescindible en tanto mecanismo de reproducción de estilos de vida impuestos, de discursos maquillados de verde cuya fuerza económica se transnacionaliza; emanando una falsa seguridad que no solo responde a la concreción objetiva material, sino más bien a los procesos que se encuentran imbricados en las propias estructuras simbólicas del poder, sustituyendo las narrativas y los símbolos que representan a dichas culturas, emergiendo, por ende, como mediadora perpetua (la violencia simbólica) entre las/los individuos y el mundo en la sociedad espectacularizada actual.
El espectro del poder en telas de violencia simbólica
Durante los sesenta y setenta, la reflexión teórica de Bourdieu se centró, en gran parte de sus trabajos, en la constitución de lo simbólico como objeto dotado de autonomía. A través de su teoría intenta explicar fenómenos, en apariencia, distanciados entre sí: como es la dominación personal en sociedades tradicionales o en las sociedades avanzadas; incluso las relaciones de dominación entre naciones; o la dominación masculina (patriarcal) tanto en sociedades primitivas como modernas; o la decon-strucción que realizara sobre la educación como una imposición de significados en la que el poder es una presencia que está dado como imposición de fuerzas simbólicas. Tanto él como Jean Claude Passeron, plantean al respecto: “[…] todo poder de violencia simbólica… logra imponer significados e imponerlos como legítimos disimu-lando las relaciones de fuerza en las que se basa su propia fuerza […] (BOURDIEU, PASSERON, 1977, p.9).”
El suceso fáctico de que se accede a la realidad mediante signos6, se convierte en un ejercicio de poder, de dominación de unos agentes sociales hacia otros, por medio
“(…) Podemos decir, en primer lugar, que un símbolo es una representación de algo, (…), atestigua una operación que consiste en poner algo en lugar de otra cosa. Por eso podemos afirmar que toda actividad simbólica constituye una actividad de sustitución. Por ejemplo, en Occidente, la cruz simboliza el cristianismo, Jesús ha muerto, (…) Por ello, el simbolismo descansa en un vínculo, y remite a una relación de equivalencia del tipo A=B.”
“(…) El signo indica algo que se encuentra en lugar de otra cosa. Según la lingüística estructural, se habla de signo cuando estamos en presencia de un significante vinculado a un significado. El sonido perro es el significado del concepto de perro (…).” Utilizado como referencia: Mancini, Silvia (2015): El humanismo etnográfico: ocho lecciones sobre la historia de la Antropología y el debate sobre cultura popular. Pág. 52-53.
de signos y significados que estos emiten hacia la diversidad de receptores que va dirigido, específicamente en la sociedad globalizada actual y tecnificada, en la que la mayor parte de la información son propiciadas por los medios de comunicación masiva, emisoras a su vez de publicidad, propagandas. Para Pierre Bourdieu el análisis de la noción de violencia simbólica es central en su constructo teórico acerca de la dominación. ¿En qué sentido? Es la forma espectral e ilusoria en la que, sutilmente se enmascara la dominación hegemónica, las telas mediante las que se reviste el poder para dirigir una coerción, no percibida como tal, hacia determinada comunidad.
Con esta categoría enfatiza en el modo en que los dominados aceptan como legítima su propia condición de dominación (BOURDIEU-WACQUANT, 1995, p.167). De ahí que el poder, específicamente, el poder simbólico aparezca como intrínseco al interior de dicha noción. Como Bourdieu advirtiera en The force of law –toward a sociology of the juridical field (1987), dicho poder simbólico no emplea la violencia física sino la violencia simbólica y, en tanto poder legitimador, crea un clima de consenso, de sumisión entre los dominados y los dominadores. Un poder que “con-struye mundo (worldmaking power) (BOURDIEU, 1987, p.13)”, hace que el mundo construido funcione como el único ideal de mundo posible7, en cuanto supone la capacidad de inducir la “visión legítima del mundo social y de sus divisiones (Ídem, 1987, p.13).”
Cuando Michel Foucault (2002, p.27) planteaba “el poder produce saber” no intentaba decir que el que tuviese cierto grado de conocimiento tenía, por ende, cierto grado de poder; más bien conjeturaba que el poder estaba produciendo el conocimiento, es decir, el poder es productivo. El poder no solamente se limita a castrar, a prohibir, sino además crea/fabrica realidades que terminan constituyendo a los seres humanos; el conocimiento es poder en la medida en que constituye a la realidad y condiciona los entes sociales que están envueltos en ella. Siguiendo esta idea afirmaba: “no existe relación de poder sin constitución correlativa de un campo de saber, ni de saber que no suponga y no constituya al mismo tiempo unas relaciones de poder (Ídem, 2002, p. 27).” ¿En manos de quién está el poder simbólico y cómo se dispone su praxis social? Empresas, corporaciones, trasnacionales de la economía global tanto de productos de bienes reales como de servicios virtuales; que se afianzan en los medios para imponer una determinada forma de capacidad y adaptación a una realidad fantasmagórica que oculta en piel de sentido común el poder económico y
“En la mayoría de los casos, no se trata de una simple irradiación cultural adoptada libremente por el resto del mundo, sino de una acción dirigida a desvertebrar y colonizar los sistemas simbólicos ajenos, siendo esta un arma fundamental para cuanto pueblo se propusiera someter a otro a su hegemonía […]” Utilizando como referencia: Colombres, A. (2011) Teoría transcultural de las artes visuales, La Habana: Ediciones ICAIC, pág. 367.
político, contribuyendo a la reproducción perpetua de acuerdos sociales desiguales. Así, se presenta como un poder invisible que para ser ejercido necesita la complicidad “de los que no quieren saber que lo sufren o incluso que lo ejercen (BOURDIEU, 1999, p.227).” Si bien para Foucault el ritual representaba un dispositivo for-jador de nuevos sujetos; se puede conjeturar, metafóricamente, que toda sociedad funciona tal cual ritual, ya que es capaz de modelar sujetos conforme a su necesidad e interpretación de ser humano, es capaz de transformar a estos seres humanos en los entes sociales que necesita como soporte esencial a su estructura. De tal manera, este tipo de violencia está dada mediante una libre relación que se establece entre sujetos sociales y las formas de poder que legitiman esa sociedad; “arrancando”, en términos bourdieuanos (BOURDIEU, 1999, p.225), esa obediencia, ese sometimiento sutil, utilizando como herramienta para su efectividad las expectativas colectivas, traducidas en deseos, ansias, gustos prefabricados, estereotipos marcados por el quehacer de una sociedad específica, es decir, las creencias socialmente producidas por la maquinaria simbólica. Convierte las relaciones de dominación y sumisión en relaciones afectivas, el poder en carisma; dado a la miopía inducida que impera en la relación devota, cómplice, de unos con respecto a otros dado que, “lo simbólico, por
etimología y función, es lo que religa al hombre con el hombre.”8
Horacio Machado Aráoz, vocero de la Ecología Política, en la compilación de textos La naturaleza colonizada asume, mediante la crítica abierta al conflicto ambiental de la extracción minera, la violencia simbólica como una de las formas de violencia objetivada dentro de la “violencia multifacética” (MACHADO ARÁOZ, 2011, p.144) en tanto arma flamante del poder constituyente de subjetividades monopolizadas simbólicamente. Si se realiza un mapeo etnográfico, nos percatamos de que la actividad extractivista minero metalífera ha estado diseminada por la mayoría de los países de América Latina y el Caribe, lo que se conoce como el Sur global: desde México, Guatemala hasta Nicaragua, Colombia, Perú, Bolivia, etc. ¿Por qué ha sucedido esto y en qué consiste que esta actividad siga en un continuum a-temporal?
Precisamente, acontece lo que él llama “fenomenología de la novedad y el cambio (MACHADO ARÁOZ, 2011, p.137)” efectivo a través del poder simbólico hegemónico. La mayoría de las arterias de las ciudades y rincones aparecen forrados con carteles representado una oda al progreso, al confort, al vivir bien; los cuales venden ese aliento ilusorio eufemístico “primer-mundista” de círculos de poder defensores a ultranza de las concesiones mineras. De esta forma, por día aumenta la extracción de metales indispensables respondiendo a una praxis de mundo colmado de obje-
Utilizado como referencia: Debray, R: “Vida y muerte de la imagen”. [en línea]. Disponible en: http://cmap. javeriana.edu.co/servlet/SBReadResourceServlet?rid=1219334004957. [Consulta: 9/2/2019], pág. 93.
tos vendidos como necesarios y en su trasfondo el número de los discapacitados (pobladores de comunidades, niñas, niños, etc.) se acrecienta por tener cantidades alarmantes de plomo y mercurio en sangre al encontrarse contaminada sus fuentes de agua, por dicha actividad minera. Así, las flotas de camiones, las máquinas de última tecnología, los equipamientos extractores, tienen éxito rotundo descarnando territorios por la fantasía desarrollista vendible que encuentra su expresión, su rostro omnipresente en esta particular y efectiva forma de administración estructural de la violencia simbólica. A decir del autor:
La publicidad pro-minera –de los gobiernos y de las empresas– que inunda hasta la saturación el diversificado espacio semiótico de la época: páginas enteras de diarios y revistas, vistosos folletos, programas televisivos y hasta emisoras radiales propias; logos de mineras en cuanta obra “pública” haya en ejecución –desde escuelas, hasta templos, pasando por huertas comunitarias, hospitales y caminos. […] Excéntricos carteles que invitan a “cuidar el ambiente” en nombre de la “minería responsable”; algunos “edu-cando” para “no tirar la basura en la vía pública”, otros anunciando ya la “llegada del futuro”, con la pronta tecnología wifi en poblaciones apenas familiarizadas con internet. Obras y cemento que sin mucho ton ni son van revistiendo con aires de “modernidad” el “atraso y la pobreza históricos (MACHADO ARÁOZ, 2011, p.136).”
Una breve mirada a las cifras de la crisis climática en estudio recogido por Nieves Capote en 2011 plantea que, de 1979 hasta el 2004 los GEI (gases de efecto invernadero) aumentaron un 70%, de ahí que se perciba una visible aceleración en los impactos del calentamiento climático. El estudio muestra que los países desarrollados y sus corporaciones son los responsables del 76% de estas emisiones. Si se observa el siguiente ejemplo. En el Informe semestral de progreso del país de Costa Rica, REDD+ en 2013, se percibe cómo el Fondo Cooperativo para el Carbono de los Bosques (FCPF), como parte del Banco Mundial, junto a cooperación alemana (GIZ), fondos noruegos, fondos estadounidenses (a través de USAID) y el programa REDD de las Naciones Unidas (UN-REDD) han girado al gobierno del país centroamericano cerca de 6,7 millones de dólares, que equivalen a 3 500 millones de colones aproximadamente, millones que van dirigidos al desarrollo de la estrategia REDD+9.
No se puede dejar de mencionar la acción intencionada del Banco Mundial y la ONU por crear programas que “impulsen” a los países del mundo a desarrollar es-
REDD+ (Reducción de Emisiones debido a Deforestación y Degradación de los bosques, (+) Manejo sostenible, conservación y aumento de las reservas de carbono) es un proyecto creado por Costa Rica y Nueva Guinea como resultado y propuesta de la COP 13 de Bali; financiando por fondos de pagos por “permisos para contaminar”, busca así compensar en la no-tala las causas que producen el cambio climático. Utilizado como referencia: REDD + y el negocio con los bosques: Peligros para pueblos indígenas. San José, C.R: Universidad de Costa rica, 2014.
trategias de implementación de REDD+, es decir, un impulso consciente por aplicar la homogeneización proyectada a la superficial conservación del medio ambiente. A pesar de que la Suiza de Centroamérica, no saltó de golpe a implementar la estrategia, sino que entró, desde 2008, a un proceso preparatorio10, por su parte los pueblos indígenas y campesinos, en el caso de Costa Rica, no han participado en la negociación. ¿Qué se esconde detrás del telón? El carbono se encuentra concentrado en los bosques y en el suelo de estos. Cuando la industria maderera comienza su ciclo de tala para la siembra de monocultivos, apacentar el ganado, etc., el carbono que se encuentra en los árboles se libera a la atmósfera en forma de CO211. REDD+ paga para que el carbono se quede en los bosques y no en la atmósfera, incentivando a propietarios de zonas boscosas para que no sean taladas. La trampa de esta bondad conservadora de espacios verdes tiene su trasfondo oculto en oro. En la lógica de estas negociaciones, el monto se calcula en dependencia de la cantidad de carbono que puede absorber un bosque, esto se traduce en la obtención de bonos de carbono12 vendidos, posteriormente, en el mercado de carbono para que las empresas lo compren.
Se hace urgente entender la fuerza simbólica que se abre paso a partir de la fuerza persuasiva de una cultura global. Supone una forma de control personalizada en los diversos medios de comunicación colindantes en el espacio de la tecno-esfera deve-nida “tecno-estructura global” (BAUDRILLARD, 2003), encontrándose a merced del ejercicio de poder hegemónico que violenta, a su vez, los sistemas simbólicos de las diferentes culturas. Esto sitúa al ser humano frente a una violencia simbólica a partir del lenguaje, el poder de la imagen y el ocultismo entrampado en ello. Lacan, entendía que “el lenguaje es la actividad simbólica por excelencia (LACAN, GRANOF, s/f).” Sin embargo, la violencia simbólica trasciende la relación lengua dominante-lengua dominada, cubre la creciente imposición de los múltiples sistemas simbólicos que se tejen al interior del engramado cultural. Son los medios de comunicación incluyendo las diversas manifestaciones artísticas a través del lenguaje y el poder de la imagen que trasmiten, los que conforman la matriz simbólica de las herramientas que estructuran actualmente al sujeto dominado en tanto sujeto sujetado.
Por tanto, debemos aprender a deconstruir, desmenuzar los entresijos en los que opera la dominación. Saber que la salida del consumo locuaz no puede ser las man-ualidades con salidas del re-uso circular de la palabreja reciclaje. Ese es otro engaño.
¿Cuál es la propuesta de las propagandas de reciclaje? “Consume, está en tus manos
Conocido como “Proceso preparatorio REDD+”. Utilizado como referencia: REDD + y el negocio con los bosques: Peligros para pueblos indígenas. San José, C.R: Universidad de Costa rica, 2014. Pág. 2.
Dióxido de Carbono.
Un bono de carbono es un papel que equivale al valor de dinero que se paga para que se conserve un bosque.
el cuidado del planeta”. La confusión del libre albedrío se enmascara con la persuasión constante al acto de consumir, es decir, nunca va a existir un llamado real al no consumo, ni siquiera se conoce qué es la huella ecológica y su relación con esta exacerbación de los sentidos; existe un traspaso de responsabilidad constante hacia el ciudadano, apelando en el sentimiento de culpa o abandono.
Entender la propuesta neoliberal y su centro encausado a la maximización de ganancias sufriendo desplazo el ser humano, es entender una constante alternativa de amor por la vida en común-unidad. Donde ya no vas al mercado a satisfacer necesidades y adquirir nuevas, más bien el acto de la ayuda comunitaria, circulante de solidaridad y autoabastecimiento contando con los recursos propios sería una forma de vida alternativa en tiempos descorazonados donde las voces se disipan por la corneta ensordecedora del tío Sam y su alcancía propia. En el/la otro(a) está el hombro para sostener el brazo, una interacción con lazos de contracultura sustentada en un armo-nioso cúmulo de saberes populares fungidos en la praxis del “yo soy tú, tú eres yo”.
La transición de los debates sobre la crisis ambiental centrada en la solución de los problemas ambientales, hacia una mirada sistémica que la aborde como civilizatoria, implica poner en el centro del análisis la irracionalidad del sistema del capital racio-nalizado y naturalizado, a partir de, historizar para desnaturalizar las condiciones actuales de la dominación, deconstruir y descolonizar nociones y conceptos inob-jetables desde el lugar de enunciación de los subalternos, y conocer el trasfondo de los procesos para trascender el sistema-mundo culturalmente depredador.
Pensar la salida a la crisis civilizatoria y con ello, de los problemas socio-ambi-entales desde las apuestas por construir sostenibilidad, implica abrir un abanico gnoseológico de posibilidades en el que lo general, lo particular y lo singular, se posi-cionan como herramienta fundamental de la política en función del ambiente. En este sentido cobra significado el diálogo de saberes, bañando de político al poder y al ambiente, desde una Ecología Política que se preocupa por la complejidad social.
La violencia simbólica ejercida, no es un mero mecanismo que busca simplemente enmascarar el doble discurso neoliberal, no juega su rol simplemente en el ámbito de la retórica discursiva; es una herramienta legitimadora del culto a la transnacional-ización, maximización y plusvalor del capital. Encuentra sus expresiones en la cultura visual publicitaria, en los discursos hegemónicos, y en las emociones-sentimientos que emanan en cada receptor-consumidor de esa trama audiovisual. El ambiente, ya sabido, zona de disputas, necesita abrazar lo alternativo (con todo lo que este término
implica) como camino a su reconocimiento en tanto sujeto de derecho. Lo alternativo que se encuentra en la sostenibilidad de la común-unidad, en esa fuerza colectiva que se une movida por la creencia de que resistir no es solo aguantar sino crear algo nuevo, un paradigma otro de vida que nace de los grupos aislados que hoy deconstruyen para construir.
Los aportes desde la ecología política y los análisis de la violencia simbólica ejercida, posibilitan activar actores locales con modelos de vida alternativos en la construcción de sociedades sostenibles, sin perder de vista la necesidad de una articulación sistémica para la transformación política, jurídica, económica, de producción simbólica, que definen la forma en que se produce la relación de cuerpo- territorio con los bienes naturales.
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