Editorial Español
DOI:
https://doi.org/10.54948/desidades.v0i18.16889Resumo
Frecuentemente las injusticias se disfrazan de trama social, al ser más difícil darse cuenta
de algunas situaciones injustas que claman por cambios en la sociedad. El proceso de
“familiarización” de los niños y jóvenes, término usado para describir la invisibilidad de estos
actores en la dinámica social, a no ser desde la óptica de su pertenencia familiar, determina
también la “familiarización” de las responsabilidades y de una ética del cuidado en relación a la
población de niños y jóvenes. Sería el caso, por ejemplo, de circunscribir las responsabilidades
de cuidado a aquellos que concebimos --nuestros hijos e hijas, los descendientes. Los “otros”
niños y jóvenes, se piensa así, deben ser responsabilidad de sus propias familias o del Estado. Si el hecho de tener hijos/hijas pudiera constituirse como una decisión individual, venir al mundo significa, de un modo más amplio, formar parte de la comunidad humana, compartiendo con ella una larga historia, al mismo tiempo trágica y azarosa, y un destino. Cada nacimiento, como diría Hanna Arendt, instaura la posibilidad de otro comienzo para toda la humanidad. Siendo así, la nueva generación representa para todos y todas, un verdadero cataclismo de vida y esperanza y, por tanto, tiene sentido preguntar: ¿a quién corresponde el cuidado de los niños y jóvenes más allá de quien los trajo al mundo?
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